Mientras
en Alemania se vela “el papado fallido de Benedicto XVI”, Bergoglio
intenta lavar su imagen en espera de un eventual nuevo cónclave.
Las partes más significativas de su libro y los documentos que contradicen esa versión angelical.
El
rechazo de Emilio Mignone a los pastores que entregaron a sus ovejas y
la mutilación de documentos para ocultar el apoyo episcopal a la
dictadura.
Por Horacio Verbitsky
Cuando
la publicación más importante de Alemania, Der Spiegel, se refiere al
“papado fallido” de su compatriota Joseph Ratzinger (el mismo término
que la Inteligencia estadounidense aplica a los estados con vacío de
poder en los que justifica su intervención), el primado de la Argentina y
arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, emprende una
operación de lavado de imagen con la publicación de un libro
autobiográfico.
El
ostensible propósito de “El Jesuita”, como se titula, es defender su
desempeño como provincial de la Compañía de Jesús entre 1973 y 1979,
manchado por las denuncias de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco
Jalics de que los entregó a los militares.
Ambos estuvieron secuestrados cinco meses a partir de mayo de 1976. En
cambio nunca reaparecieron las cuatro catequistas y dos de sus esposos
secuestrados dentro del mismo operativo.
Entre
ellos estaban Mónica Candelaria Mignone, hija del fundador del CELS,
Emilio Mignone, y María Marta Vázquez Ocampo, de la presidente de Madres
de Plaza de Mayo, Martha Ocampo de Vázquez.
Ratzinger tiene 83 años y según Der Spiegel demasiadas voces piden su
renuncia. El sacerdote Paolo Farinella escribió en la prestigiosa
revista italiana de filosofía MicroMega, cuyo director Paolo Flores
D’Arcais ha participado en debates públicos sobre filosofía con el papa,
que Benedicto XVI debería pedir perdón a los creyentes afectados por la
estrictez del celibato, por las condiciones en los seminarios y por los
miles de casos de abusos de niños y decirles:
“Me retiraré a un monasterio y pasaré el resto de mis días haciendo penitencia por mi fracaso como sacerdote y como papa”.
Nadie
se sorprendería si después de beber una tisana nocturna fallara el
corazón de un hombre entristecido y angustiado por las injustas críticas
que alcanzan su desempeño como obispo de Baviera y no perdonan ni a su
amado hermano Georg.
La revista alemana menciona el antecedente de Celestino V, un papa del
siglo XIII que renunció porque no se sintió capaz de cumplir con sus
funciones. Por si algo de eso ocurre, Bergoglio necesita una foja de
servicios pulida.
Ante una pregunta acerca del papa ideal, el presidente de la Asociación
Alemana de Juventudes Católicas, Dirk Tänzler, dijo a Der Spiegel que
preferiría que haya trabajado en una parte pobre de Sudamérica o en otra
región golpeada por la pobreza, ya que tendría una visión distinta del
mundo.
La
compasión por la pobreza, compartida con la Sociedad Rural y la
Asociación Empresaria AEA, es el nicho de oportunidad elegido por el
Episcopado bajo la conducción de Bergoglio.
El Silencio
Es
el cardenal quien vincula su descargo con la elección papal. Su libro
narra que cuando la vida de Juan Pablo II se apagaba y el nombre de
Bergoglio figuraba en los pronósticos de los periodistas especializados
“volvía a agitarse una denuncia periodística publicada unos pocos años
atrás en Buenos Aires” y que “en las vísperas del cónclave que debía
elegir al sucesor del papa polaco, una copia de un artículo con la
acusación, de una serie del mismo autor, fue enviada a las direcciones
de correo electrónico de los cardenales electores con el propósito de
perjudicar las chances que se le otorgaban al purpurado argentino”.
Bergoglio
dice en su libro que nunca respondió la acusación “para no hacerle el
juego a nadie, no porque tuviese algo que ocultar”. No explica qué
cambió ahora.
Pastores y lobos
En
realidad la primera versión del episodio no se debe a ningún periodista
sino a Emilio Mignone. En su libro Iglesia y dictadura, editado en
1986, cuando Bergoglio no era conocido fuera del mundo eclesiástico,
Mignone ejemplificó con su caso “la siniestra complicidad” con los
militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el
patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
Según el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, durante una
reunión con la Junta Militar en 1976 el entonces presidente de la
Conferencia Episcopal y vicario castrense, Adolfo Servando Tortolo,
acordó que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas Armadas avisarían
al obispo respectivo. Agrega Mignone que “en algunas ocasiones la luz
verde fue dada por los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976 la
Infantería de Marina detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero
Orlando Yorio y lo mantuvo durante cinco meses en calidad de
desaparecido. Una semana antes de la detención, el arzobispo [Juan
Carlos] Aramburu le había retirado las licencias ministeriales, sin
motivo ni explicación.
Por distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta
claro que la Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas
manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como
una autorización para proceder contra él.
Sin
duda, los militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta
peligrosidad”. Mignone se pregunta “qué dirá la historia de estos
pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni
rescatarlas”.
La llaga abierta
Publiqué
la historia en esta misma columna, el 25 de abril de 1999. Además de la
opinión de Mignone, la nota incluyó la de quien fue su colaboradora en
el CELS, la abogada Alicia Oliveira, quien dijo lo que ahora repite en
el libro: que su amigo Bergoglio, preocupado por la inminencia del
golpe, temía por la suerte de los sacerdotes del asentamiento y les
pidió que salieran de allí.
Cuando
los secuestraron, trató de localizarlos y procurar su libertad, así
como ayudó a otros perseguidos. A raíz de aquella nota, Orlando Yorio se
comunicó conmigo desde el Uruguay, donde vivía.
Por
teléfono y correo electrónico refutó las afirmaciones de Bergoglio y
Oliveira. “Bergoglio no nos avisó del peligro en ciernes” y “tampoco
tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino
todo lo contrario”, dijo.
Los
dos sacerdotes “fueron liberados por las gestiones de Emilio Mignone y
la intercesión del Vaticano y no por la actuación de Bergoglio, que fue
quien los entregó”, agregó Angélica Sosa de Mignone, Chela, la esposa
durante medio siglo del fundador del CELS.
Sus testimonios se incluyeron en la nota “La llaga abierta”, que se
publicó el 9 de mayo de 1999. También se transmitieron allí las
posiciones de Bergoglio y del otro cura secuestrado aquel día, Francisco
Jalics.
Cuestion de Estilo
En
su libro, Bergoglio dice ahora que Yorio y Jalics “estaban pergeñando
una congregación religiosa, y le entregaron el primer borrador de las
reglas a los monseñores Pironio, Zazpe y Serra.
Conservo
la copia que me dieron”. Bergoglio también me entregó una copia a mí.
Expresa el tipo de dudas y conflictos que fueron comunes en un alto
número de sacerdotes a partir del Concilio Vaticano II, con “la crisis
de las congregaciones religiosas, los signos de los tiempos modernos, la
coincidencia con el sentir de la búsqueda de los jóvenes y la
confirmación espiritual que sentimos en nuestro actual modo de vivir”.
El
problema en este caso era cómo compatibilizar “el estilo ignaciano de
la vida religiosa” con “la vida moderna [que] pedía un estilo nuevo”.
La minuta agrega que las Congregaciones Apostólicas están organizadas de
modo que sus superiores “parecen preocuparse más por las obras que por
la atención espiritual de sus súbditos”.
En
cambio ellos idealizan el modelo de las fundaciones monásticas y
plantean que “la comunidad se una en torno de una búsqueda espiritual y
de un proyecto de vida y no en torno de obras”.
Esto plantea una “incompatibilidad personal” a los sacerdotes subordinados a la disciplina de su congregación.
En
su carta al padre Moura, Yorio menciona esa minuta como respuesta a la
presión de Bergoglio para que disolvieran la comunidad en el Bajo
Flores.
Agrega que a Pironio, Zazpe y Serra les dejaron “un esbozo de
estructuración de vida religiosa en caso de que no pudiéramos seguir en
la Compañía y fuese posible realizarla fuera”, lo cual no implica que
quisieran salir de ella.
En un viaje posterior a la Argentina, Pironio le dijo que no había
consultado el tema en Roma porque Bergoglio “lo había ido a ver para
decirle que el padre general era contrario a nosotros”.
Zazpe
respondió que “el provincial andaba diciendo que nos echaba de la
Compañía” y Serra le comunicó que le retiraban las licencias en la
Arquidiócesis, porque Bergoglio había comunicado “que yo salía de la
Compañía”.
Según
Bergoglio, el superior jesuita Pedro Arrupe dijo que debían elegir
entre la comunidad en que vivían y la Compañía de Jesús. “Como ellos
persistieron en su proyecto y se disolvió el grupo, pidieron la salida
de la Compañía”. Agrega Bergoglio que la dimisión de Yorio fue aceptada
el 19 de marzo de 1976.
“Ante los rumores de inminencia del golpe les dije que tuvieran mucho
cuidado. Recuerdo que les ofrecí, por si llegaba a ser conveniente para
su seguridad, que vinieran a vivir a la casa provincial de la Compañía”,
dice Bergoglio.
Agrega
que nunca creyó que estuvieran involucrados en actividades subversivas.
“Pero por su relación con algunos curas de las villas de emergencia,
quedaban demasiado expuestos a la paranoia de la caza de brujas. Como
permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante
un rastrillaje.”
Papelitos
Bergoglio
también niega haber aconsejado a los funcionarios de Culto de la
Cancillería que rechazaran la solicitud de renovación de pasaporte de
Jalics, que él mismo presentó.
Según Bergoglio el funcionario que recibió el trámite le preguntó por
“las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics”.
Dice
que le respondió: “A él y a su compañero los acusaron de guerrilleros y
no tenían nada que ver”. El cardenal agrega que “el autor de la
denuncia en mi contra revisó el archivo de la Secretaría de Culto y lo
único que mencionó fue que encontró un papelito de aquel funcionario en
el que había escrito que yo le dije que fueron acusados de guerrilleros.
Había consignado esa parte de la conversación pero no la otra en la que
yo le señalaba que los sacerdotes no tenían nada que ver.
Además el autor de la denuncia soslaya mi carta, donde yo ponía la cara por Jalics y hacía la petición”.
Nada
fue así. En notas publicadas aquí y en mis libros El Silencio y Doble
juego, narré la historia completa y publiqué todos los documentos,
comenzando por la carta por cuya omisión Bergoglio reclama.
Luego sigue la recomendación del funcionario de Culto que lo recibió,
Anselmo Orcoyen: “En atención a los antecedentes del peticionante, esta
Dirección Nacional es de opinión que no debe accederse”. El tercer
documento es el definitorio.
Ese papelito, firmado por Orcoyen, dice que Jalics tenía actividad
disolvente en comunidades religiosas femeninas y conflictos de
obediencia, que estuvo con Yorio en la ESMA (detenido, dice, en vez de
secuestrado) “sospechoso contacto guerrilleros”.
El
punto más interesante es el siguiente, porque remite a intimidades de
la Compañía de Jesús, vistas desde la óptica de Bergoglio, que no había
ninguna necesidad de confiar al funcionario de la dictadura:
“Vivían
en pequeña comunidad que el Superior Jesuita disolvió en febrero de
1976 y se negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el
19/3”.
Agrega que Yorio fue expulsado de la Compañía y que “ningún obispo del Gran Buenos Aires lo quiso recibir”.
La
Nota Bene final es ilevantable: dice Orcoyen que estos datos le fueron
suministrados “por el padre Jorge Mario Bergoglio, firmante de la nota
con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que
solicita”.